Desde el último vagón del tren, te escribo esta carta, hoy me di cuenta de que el destino al que me dirijo tiene mucho que ver contigo, por no decir que voy a reencontrarme con una parte de mi, que eres tu y sin embargo no voy a tu encuentro. Hace un rato no paraba de llover, y las gotas que veía resbalar por la ventanilla, me provocaban una enorme tristeza. A veces nos sumimos en un sueño incapaces de hacerlo realidad, nos dormimos cada noche con ese recuerdo o con esa ilusión, de intentar cumplir algo que casi es imposible. Este tren es de los de antes, creo que es de los últimos que quedan en la flota de trenes, porque no es tan rápido como los otros y el traqueteo se mete en tu cabeza fácilmente. Hace unos meses que estoy viajando, y todos los paisajes que voy conociendo son tan distintos!, ninguno es igual a los que conocí contigo. Esta vez el viaje tiene un sólo billete, el mío. A mi lado, no hay ningún otro pasajero, tres asientos más atrás hay una mujer mayor, a la que puedo observar sin que ella pueda darse cuenta, ya que duerme plácidamente. Ella viaja tranquila, estoy convencida de que va a visitar a algún hijo, porque lleva enormes paquetes que parecen regalos, su maleta es pequeña, estará pocos días en su destino. Yo probablemente me quede para siempre allá dónde voy, pero todavía me queda mucho trayecto, mi maleta está vacía, ya tendré tiempo de llenarla allí. Se ha hecho de noche sin darme apenas cuenta y mi cara se refleja en la ventanilla. Todo esta muy oscuro y las luces del vagón se han atenuado para dejar dormir a los pasajeros que quieran hacerlo.
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